domingo, 3 de junio de 2012

La caída del caballo de San Pablo en el camino a Damasco

   Decía Willy Brandt “Quien de joven no es comunista, es que no tiene corazón. Quien de viejo es comunista es que ya no tiene cabeza”.

En el capítulo anterior comenté que presentaría el argumento de por qué se hace difícil que dos civilizaciones convivan, qué factores pueden ayudar y cuáles hacerlo inviable.
Partamos de un supuesto en el que alguien mantenga cierta convicción política o ideológica. Esa persona seguro que experimentaría cambios de opinión provocados por vivencias, informaciones, formación y experiencias habidas. Desde un punto de vista Darwinista sería una forma de adaptación a nuevas circunstancias y situaciones. Seguramente considerará ciertos cambios lógicos en su forma de pensar al aplicar sentido común sumado a la experiencia que van dando los años.
Aparte de nuestra propia experiencia personal podemos fijarnos en ejemplos conocidos. Sirva como muestra el giro ideológico de 180º que Federico Jiménez Losantos realizó cuando tuvo una experiencia de primera mano con el comunismo. Viendo la mirada desesperanzada de una joven presa política en un apartado lugar de la URSS1 de ser un convencido comunista Losantos pasó a interpretar el comunismo como una gran estafa, el progresismo una mentira y se convenció de que los progresistas eran una panda de vividores. Pero aún después del cambio de opinión, Federico continuó siendo el mismo. Aplicaría los mismos valores que adquirió de niño, pero bajo una nueva perspectiva y seguiría siendo igual de combativo. Esta vez, en contra del comunismo. Federico simplemente cambió de opinión, pero no de cultura.

Efectivamente, más difícil lo hubiera tenido Federico si hubiera tenido que cambiar de cultura en vez de ideología porque lo que confecciona “lo que somos” es la cultura. Ella forma nuestro organismo social a partir de pequeñas “células” sociales; y no podemos renunciar a ninguna de ellas, como tampoco podríamos renunciar a las células biológicas de nuestro organismo.

Deberemos admitir que cambiar nuestra cultura es ya harina de otro costal. Podemos cambiar lo que pensamos, pero nunca podremos cambiar lo que somos. Y aquí el ingrediente es ya nuestra herencia cultural. Un agnóstico, un ateo y un creyente tienen en común nuestra cultura occidental; les guste o no. En condiciones normales, podrían llevar relaciones de buena vecindad sin ningún problema.

Con personas pertenecientes a distintas culturas la convivencia afronta una problemática mucho más profunda. A modo ilustrativo, una amiga se quejaba de unos vecinos orientales, da igual el país concreto. Resulta que para esos vecinos era costumbre secar el pescado al sol; y bajo el tapiz que da la normalidad cultural lo ponían a secar en la ventana. A la vecina española jamás se le le hubiera pasado por la cabeza hacer algo semejante y el olor que desprendía el pescado "pudriéndose" le resultaba insoportable; especialmente en verano. De cómo se resuelva ese conflicto dependerá o no una convivencia aceptable. Es una de esas células culturales mencionadas antes. En su país, en condiciones normales, la anécdota del secado no crearía ningún conflicto entre vecinos porque entraría dentro de los parámetros culturales. Y la cultura la componen millones de esas “células”. Fundir esas células sería como formar un organismo nuevo a partir de dos organismos individuales.
En palabras de Torcuato Luna de Tena, en un artículo cuya publicación en el ABC ni se atreverían hoy día a soñar por aquello de la corrección política expone: “toda nación es como una nave ya anclada en la Historia con unas características determinadas -idioma, costumbres, religión, familia, tradición, escala de valores- cuidadosamente preservadas a través de los siglos, y que conforman su personalidad única y diferencial. ” Claro, Tena con su magistral pluma nos está hablando de “cultura”2.

Por ese motivo, cambiar de cultura resulta casi imposible. Sería como cambiar de organismo. Ni siquiera San Pablo cuando cayó del caballo camino a Damasco persiguiendo a unos cristianos cambió de cultura. Continuó siendo judío, pero se convirtió al Cristianismo y lo predicó hasta el fin de sus días. Fue su divorcio particular, su situación en la vida que le hizo cambiar la forma de pensar, pero sus células biológicas seguían siendo las mismas y sus culturales también.

En el siguiente capítulo documentaremos y contrapondremos qué hay de verdad en la Alianza de Civilizaciones vs el Conflicto de Civilizaciones.

Federico Jiménez Losantos, La Ciudad que fue Barcelona años 70, Temas de Hoy, 2007,
AD Alerta Digital, 3 de junio de 2012 Lo que decía Torcuato Luca de Tena hace 16 años en ABC sobre la “invasión” de Europa por los inmigrantes del Tercer Mundo, http://www.alertadigital.com/2012/05/31/lo-que-decia-torcuato-luca-de-tena-hace-16-anos-en-abc-sobre-la-invasion-de-europa-por-los-inmigrantes-del-tercer-mundo/