sábado, 29 de diciembre de 2012

La cultura se está corrompiendo con falsos profetas


Las universidades, crisoles de cultura, están olvidando y perdiendo ese papel original siguiendo el maelstrom de dos fenómenos: lo políticamente correcto y los nacionalismos, verdaderos cánceres que están azotando a nuestra sociedad de principios del siglo XXI.
La Cultura, con mayúsculas, representa la conciencia que es propia a una sociedad. La música, la pintura, la escultura, cualquier manifestación artística en general junto a las ciencias (puras o sociales) encuadran el marco de referencia donde se mueve la gente que se considera “culta”. La cultura es la conciencia que tiene una sociedad sobre sí misma.

Cuando esa conciencia se falsea, todos esos elementos antes mencionados, y que  componen los factores culturales, se evaporan; y junto a ellos desaparece una tradición. Se volatiliza completamente la esencia de lo que realmente somos. Y ese vacío se rellena enseguida por un conjunto de entelequias que no suelen ser tener un carácter gratuito y acostumbran a obedecen a oscuros intereses y presiones.

La falsedad no es cuestión de un solo actor. Se necesitan dos protagonistas como mínimo, porque depende de la complicidad entre el que engaña (o se autoengaña) y la víctima, que precisamente no es consciente de que lo es, la mayoría de las veces. Normalmente el engaño no depende de fuentes científicas o de tradiciones. Todo eso se inventa con unos objetivos inconfesables muy concretos, pero se creen con la misma convicción que un niño no duda de la existencia de Father Christmas o los Reyes Magos. Es un encantamiento; pero así como el niño se topa con la realidad en algún momento de su vida, en nuestro caso, la víctima permanece permanentemente en el engaño y no distingue la realidad de lo falso.

Es una cuestión de sentimiento; no de razón. El motivo es muy simple. La razón no se puede manipular y los sentimientos sí. La razón puede discutirse, está sujeta a modificaciones porque busca la verdad y tiene un método. Un sentimiento no se halla sujeto a nada de eso: simplemente está o no está. Te puedes enamorar o desenamorar, por ejemplo; el amor no está sujeto a la razón y puede evaporarse o evolucionar, pero cuando el sentimiento es tribal resulta muy difícil eludirlo y permanece estático, monolítico en la tribu. Romperlo resulta un tabú tan fuerte como el canibalismo o el incesto. Eludir el axioma tribal significa, muchas veces, la expulsión de la tribu y la condena al ostracismo más oscuro, aunque quien disiente esté lleno de razón y cargado de sentido común. A veces, cobardemente, para un sujeto, puede resultar más fácil guardarse para sí mismo la disensión y seguir perteneciendo artificialmente a la tribu, con las falsas ventajas que ello parecería reportarle a corto plazo, porque aceptar las falsas tesis, al final, erosionará su propia esencia. Su Yo más íntimo. La realidad es que ni le interesa seguir fingiendo  ni forma parte ya de esa tribu. Debe buscar la suya propia y sustituir el pertenezco a la secta, luego existo por el pienso, luego existo.

Otros, los más pícaros, cínicos y mangantes, aprovechan el sentimiento políticamente correcto o nacionalista para extraer beneficios personales de poder y riquezas e imponerlo con y por la fuerza sobre los demás; aunque sean conscientes del engaño, o al final acaben creyéndose sus propias mentiras.

Esa es una parte oscura de la naturaleza humana. Un darwinista cínico, que se acogiera a teorías nazis, diría que el resultado sería beneficioso para la especie humana porque prevalecen los mejor adaptados; no los más inteligentes, o los que tienen mejores instrumentos de supervivencia. Pero obvian, que en estas circunstancias, serían los mejor adaptados a la corrupción los supervivientes, porque, en esencia, el sistema no estaría corrupto. El sistema sería la corrupción. Por lo tanto, visto desde nuestro punto de vista, tenemos una conspiración, en toda regla en marcha; y por higiene mental, y propia supervivencia, creo que es mejor no salirse de la Cultura con mayúsculas ya que es nuestra única herramienta.

Cualquiera puede mentir. No hay necesariamente ningún logro personal en ello. Pero la diferencia con la mentira es que el engaño permanece y sí obtiene réditos. No nos fiamos de quien nos miente sistemáticamente- “Otra trola pensamos.” Pero sólo nos puede engañar aquella persona en la que confiamos, y además queremos creer.

A un mentiroso se le pilla entes que a un cojo, pero un engaño es algo muy elaborado y requiere un gran esfuerzo y trabajo personal descubrirlo. A veces, es fruto de ingeniería social y la dificultad aumenta logarítmicamente. Puede requerir un trabajo en equipo. Tu Cultura y tu raciocinio son tus únicas armas junto a una vida de entrenamiento. Por eso, no ofrece el mismo resultado si exponemos públicamente a un mentiroso o lo hacemos con quien nos engaña. Lo segundo tiene más elaboración y las consecuencias pueden resultar demoledoras. Pueden socavar los cimientos de una sociedad con pies de barro. Es lo que ocurriría con los nacionalismos o los seguidores de lo políticamente correcto. Imaginad que cayeran en la cuenta del engaño. El shock para esas personas, que ingenuamente se precipitaron voluntariamente en la trampa, no tendría parangón y las consecuencias para quienes engañaron tampoco serían insignificantes.

Entender este fenómeno es, en mi opinión, crucial para discernir la Cultura con mayúsculas de la cultura con minúscula.

Vicente Jiménez

sábado, 8 de diciembre de 2012

No renunciemos a decir FELIZ NAVIDAD #Revision


Que no seamos nunca parte de un silencio.
No sé si recordareis aquel cuento corto de Washington Irving (1i) , el de Rip Van Winkle, un cómico personaje dormilón que se fue un día al bosque huyendo como un diablo de las recriminaciones constantes de su mujer, se recostó para descansar un rato bajo un roble y se echó una siestecita de veinte años. Al despertar y volver a su asentamiento no reconocía nada ni a nadie. Apareció en un mundo que ni conocía ni tampoco le reconocía, y en donde habían cambiado demasiadas cosas. Ya había tenido lugar la Guerra de Independencia, y sus vecinos habían dejado de ser súbditos de la corona inglesa; y ¡claro!, se tomaron muy mal que gritara ¡Viva Jorge IV!, delante de sus narices, teniendo en cuenta que todos eran acérrimos patriotas que habían luchado contra aquel rey. Se había ido como súbdito de la corona inglesa y despertó como súbdito estadounidense. Por supuesto, nadie creyó su historia; aunque los viejos del lugar reconocían que mencionaba muchas cosas y detalles pasados, del lugar, y recordaba a mucha gente, como si de verdad hubiera vivido allí hace veinte años ...
Imagina ahora que te pasa lo mismo que a Rip, y te echas un día una siestecita, simplemente porque te apetece; no porque huyes ni te has peleado tampoco con nadie …
Te despiertas, ya tarde, te desperezas y cuando vuelves a casa ves que todo ha cambiado. Que nada es como lo dejaste. Otro día ten cuidado y no te vuelva a acostar cerca de un agujero de gusano, que es lo que dicen los científicos que puede burlar el entramado espacio-tiempo. Para ti y por tu reloj han pasado dos horas, pero mientras, han transcurrido trescientos años. Tu racionalidad recibiría un duro golpe, te pellizcarías, te darías una torta para despertar, te restregarías los ojos. Nada, ese nuevo mundo permanece allí con desesperante testarudez. ¿Qué reconocerías de lo que te rodea? Al paso que avanza la tecnología, las calles no serían las mismas, la gente no pensaría igual, la sociedad sería distinta, los medios de transporte, los objetos cotidianos serían un verdadero misterio. Hasta el idioma habría sufrido cambios. Nada de lo que te rodease se parecería a lo que conocías. Imagina la ansiedad que te produciría ese volver a nacer, pero con el lastre de los recuerdos de tu vida pasada y de un mundo que conocías y no volverá. Tu gente habría muerto hace ya muchos años. Tu universo se habría desmoronado en una ociosa tarde de siesta sin que fueses capaz de controlar nada y tus esquemas lógicos se derrumbarían. Paseando en estado de “shock” por ese lugar que antes debía ser “tu calle” y cuando estás a punto de marearte y caer al suelo, ves algo que te dice que no te has vuelto loco y que te vuelve a conectar con la realidad que habías dejado atrás. Hay algo que llama tu atención porque todavía permanece exactamente igual que como tú lo recuerdas. La torre de la iglesia. Te acercas y compruebas que todo sigue relativamente igual. Cuando entras, en lo esencial, ese espacio está congelado en ese tiempo que se te escapó. Ya tienes una prueba que te une al pasado ...
Pretender que la historia empieza con las revueltas sociales del SXIX y que el cristianismo no cuenta es como negar el ajo en la sopa de ajo. No hay que ser historiador ni ningún experto para reconocer al cristianismo como el motor que generó los hechos históricos y cambios sociales de los últimos veintiún siglos. No hablar del cristianismo y reconocerlo como parte esencial de lo que somos es igual de absurdo que intentar explicar el funcionamiento de un coche sin mencionar para nada el motor. Del motor no se habla porque no es políticamente correcto. ¿A que es absurdo? Pues ese error se está cometiendo hace tiempo en España y Europa. Para aliarnos económica o culturalmente con otros países renunciar a nuestra esencia, a lo que somos, es una absoluta memez. Ello significa que no debemos renunciar tampoco a los símbolos y tradiciones. Los políticos y mandatarios temen ofender, por ejemplo, a los musulmanes, si ponemos un Belén en medio de la plaza del pueblo, o un árbol de navidad; o si en nuestras escuelas se celebra una representación de la natividad. FELIZ NAVIDAD se ha retirado de las luces navideñas en las calles de muchas ciudades. Hace años que se ha sustituido por el eufemismo de FELICES FIESTAS.

Hay cuestiones que son irrenunciables. Para sobrevivir, no se lo podemos permitir a nadie. Si los comunistas odian el cristianismo, odian parte de su esencia. Allá ellos. Si los musulmanes quieren imponernos que renunciemos a la NAVIDAD haríamos muy mal en permitírselo. No les podemos dejar que vengan como conquistadores a imponernos sus leyes. Eso no es una alianza de civilizaciones. Eso es la conquista, por claudicación, de una civilización sobre otra. Por las noticias que tenemos y nos llegan, sus leyes y las nuestra, así como nuestras culturas, son absolutamente incompatibles en muchos aspectos. La casta dirigente se inclina ante lo políticamente correcto de una izquierda que niega nuestras raíces – el año uno empieza cuando Carl Marx escribió El Capital - y ante los musulmanes; por intereses que se traducen en prebendas de poder y petrodólares, y ¿por qué no decirlo?; por abyecta cobardía. Seremos tan esclavos como tanto poder estemos dispuestos a regalarles a los que intentan esclavizarnos. Si no lo hacéis por fe, hacedlo por mantener con dignidad algo tan importante como lo que somos y nuestras tradiciones de dos milenios de cultura cristiana. El cristianismo fue motor y estuvo presente en toda nuestra Edad Media, Renacimiento y hasta llegar a nuestros días: forma parte de nosotros; guste o no. Lo que nos une, tal como se llama este blog. El cristianismo es a nuestra cultura occidental la esencia de lo que somos y seremos si no perdemos nuestra más profunda identidad por seguir los nuevos dogmas de una nueva religión absolutamente espantosa: la corrección política.

Y como muchos confunden los términos no sería justo terminar la narración sin recordar un Cuento de Navidad, de Charles Dickens, que es lo más apropiado para estas entrañables fiestas que nos llegan. Ya sabéis, aquella historia del viejo y avaro Scrooge, a quien el fantasma de su antiguo socio y único amigo, Jacob Marley, se le aparece para advertirle de las pesadas cadenas que se estaba forjando, eslabón a eslabón, por su extremada avaricia, egoísmo, adición al trabajo y falta de empatía y escrúpulos hacia su prójimo. Marley consigue, como un favor especial, que Scrooge sea visitado por los espíritus de las navidades pasadas, las navidades presentes y las futuras; toda una lección de moral de donde consigue una segunda oportunidad para completar su metamorfosis en un hombre bueno. Espero que nuestros políticos experimenten una metamorfosis semejante a la del viejo Scrooge. FELIZ NAVIDAD A TODOS.
Vicente Jiménez
i(1) (Nueva York, 1783 - Sunnyside, 1859) Escritor norteamericano. Perteneciente al mundo literario del costumbrismo, Washington Irving es el primer autor americano que utiliza la literatura para hacer reir y caricaturizar la realidad, creando además el estilo coloquial americano, que después utilizarían Mar Twain y Hemingway.