Las universidades, crisoles de cultura, están olvidando y perdiendo ese papel original siguiendo el maelstrom de dos fenómenos: lo políticamente correcto y los nacionalismos, verdaderos cánceres que están azotando a nuestra sociedad de principios del siglo XXI.
La Cultura, con mayúsculas, representa la conciencia que es propia a
una sociedad. La música, la pintura, la escultura, cualquier
manifestación artística en general junto a las ciencias (puras o
sociales) encuadran el marco de referencia donde se mueve la gente
que se considera “culta”. La cultura es la conciencia que tiene
una sociedad sobre sí misma.
Cuando esa conciencia se falsea, todos esos elementos antes mencionados, y que componen los factores culturales, se evaporan; y junto a ellos desaparece una tradición. Se volatiliza completamente la esencia de lo que realmente somos. Y ese vacío se rellena enseguida por un conjunto de entelequias que no suelen ser tener un carácter gratuito y acostumbran a obedecen a oscuros intereses y presiones.
La falsedad no es cuestión de un solo actor. Se necesitan dos protagonistas como mínimo, porque depende de la complicidad entre el que engaña (o se autoengaña) y la víctima, que precisamente no es consciente de que lo es, la mayoría de las veces. Normalmente el engaño no depende de fuentes científicas o de tradiciones. Todo eso se inventa con unos objetivos inconfesables muy concretos, pero se creen con la misma convicción que un niño no duda de la existencia de Father Christmas o los Reyes Magos. Es un encantamiento; pero así como el niño se topa con la realidad en algún momento de su vida, en nuestro caso, la víctima permanece permanentemente en el engaño y no distingue la realidad de lo falso.
Es una cuestión de sentimiento; no de razón. El motivo es muy simple. La razón no se puede manipular y los sentimientos sí. La razón puede discutirse, está sujeta a modificaciones porque busca la verdad y tiene un método. Un sentimiento no se halla sujeto a nada de eso: simplemente está o no está. Te puedes enamorar o desenamorar, por ejemplo; el amor no está sujeto a la razón y puede evaporarse o evolucionar, pero cuando el sentimiento es tribal resulta muy difícil eludirlo y permanece estático, monolítico en la tribu. Romperlo resulta un tabú tan fuerte como el canibalismo o el incesto. Eludir el axioma tribal significa, muchas veces, la expulsión de la tribu y la condena al ostracismo más oscuro, aunque quien disiente esté lleno de razón y cargado de sentido común. A veces, cobardemente, para un sujeto, puede resultar más fácil guardarse para sí mismo la disensión y seguir perteneciendo artificialmente a la tribu, con las falsas ventajas que ello parecería reportarle a corto plazo, porque aceptar las falsas tesis, al final, erosionará su propia esencia. Su Yo más íntimo. La realidad es que ni le interesa seguir fingiendo ni forma parte ya de esa tribu. Debe buscar la suya propia y sustituir el pertenezco a la secta, luego existo por el pienso, luego existo.
Otros, los más pícaros, cínicos y mangantes, aprovechan el sentimiento políticamente correcto o nacionalista para extraer beneficios personales de poder y riquezas e imponerlo con y por la fuerza sobre los demás; aunque sean conscientes del engaño, o al final acaben creyéndose sus propias mentiras.
Esa es una parte oscura de la naturaleza humana. Un darwinista cínico, que se acogiera a teorías nazis, diría que el resultado sería beneficioso para la especie humana porque prevalecen los mejor adaptados; no los más inteligentes, o los que tienen mejores instrumentos de supervivencia. Pero obvian, que en estas circunstancias, serían los mejor adaptados a la corrupción los supervivientes, porque, en esencia, el sistema no estaría corrupto. El sistema sería la corrupción. Por lo tanto, visto desde nuestro punto de vista, tenemos una conspiración, en toda regla en marcha; y por higiene mental, y propia supervivencia, creo que es mejor no salirse de la Cultura con mayúsculas ya que es nuestra única herramienta.
Cualquiera puede mentir. No hay necesariamente ningún logro personal en ello. Pero la diferencia con la mentira es que el engaño permanece y sí obtiene réditos. No nos fiamos de quien nos miente sistemáticamente- “Otra trola pensamos.” Pero sólo nos puede engañar aquella persona en la que confiamos, y además queremos creer.
A un mentiroso se le pilla entes que a un cojo, pero un engaño es algo muy elaborado y requiere un gran esfuerzo y trabajo personal descubrirlo. A veces, es fruto de ingeniería social y la dificultad aumenta logarítmicamente. Puede requerir un trabajo en equipo. Tu Cultura y tu raciocinio son tus únicas armas junto a una vida de entrenamiento. Por eso, no ofrece el mismo resultado si exponemos públicamente a un mentiroso o lo hacemos con quien nos engaña. Lo segundo tiene más elaboración y las consecuencias pueden resultar demoledoras. Pueden socavar los cimientos de una sociedad con pies de barro. Es lo que ocurriría con los nacionalismos o los seguidores de lo políticamente correcto. Imaginad que cayeran en la cuenta del engaño. El shock para esas personas, que ingenuamente se precipitaron voluntariamente en la trampa, no tendría parangón y las consecuencias para quienes engañaron tampoco serían insignificantes.
Entender este fenómeno es, en mi opinión, crucial para discernir la Cultura con mayúsculas de la cultura con minúscula.
Vicente Jiménez