Ningún
partido pequeño, ni mucho menos uno grande, garantizará nunca ser
reflejo de los ciudadanos dentro de un estado de partidos como los de
Europa; aunque podemos hallar honrosas excepciones que se le
acercan como
en Francia, Inglaterra y Suiza. Si bien el sistema financiero suizo
recoge todo el dinero de la corrupción en su banca, su sistema
político no es corrupto.
Cuando
elegimos a un partido para depositar el voto estamos siempre
confiando en su buena fe
porque al no tener ningún sustrato civil estarán presentes en las
elecciones por otra causa distinta a la que tu depositas el voto; y
esa causa es en primer y único lugar los intereses de su propio
partido, personificado en el jefe de partido; y de mantener el statu
quo del Estado de Partidos.
Al elegir una lista muchos votantes se alegran porque les evita el
trabajo de elegir y pensar, pero no deja de ser un acto de fe ciega e
infantil elegir a un grupo de desconocidos. Al salir ese partido no
por motivos racionales sino por motivos sentimentales el resultado es
tan brutal que sin la comparsa de los medios de comunicación y su
constante martilleo nadie sería ajeno a que el partido o partidos
elegidos van a conformar todos los poderes del estado. Hablamos no de
España sino de Europa y especialmente el arco Mediterráneo.
Son
Estados de Partidos en tanto en cuanto no hay ninguna diferencia
sustancial en que el Estado esté formado por un solo partido o por
un mosaico de partidos. Ese conjunto de partidos que se reparten el
poder es a lo que degenera un sistema totalitario cuando se
desintegra si desaparece el dictador sin ser reemplazado por otro
dictador. Es decir, el poder de uno se reparte entre varios, y esos
varios se constituyen en oligarquías de poder. Digamos que el pastel
se trocea entre unos cuantos. Así, un sistema oligárquico es aquel
en el que el poder lo disfrutan entre varios y lo mantienen siempre
los mismos de generación en generación. Desde luego, el sistema
oligárquico controla entonces el poder legislativo (hacer leyes) y
el ejecutivo (el estado) sin que exista ningún mediador entre la
sociedad civil y el estado. En España, como somos más chulos que
nadie, ese dislate lo hemos multiplicado por diecisiete autonomías.
Es evidente que la carga resulta insoportable y que el resultado
final al que hemos llegado estaba cantado desde el nacimiento de
nuestra partidocracia, con o sin crisis. Evidentemente a la exterior
hay que sumarle la nuestra, digan lo que digan.
En
los estados de partido Europeos existe separación
de funciones y no separación de poderes. Ahí radica uno de
los primeros juegos malabares de los trileros que pervierten el
lenguaje llamándole democracia no a la separación de poderes sino a
la de funciones. Nada más evidente: Es como si el árbitro quisiera
ser delantero y portero a la vez; así, el presidente de la nación
no puede desempeñar la función de juez y de presidente, y el juez
tampoco puede llevar la acción administrativa. Cada uno hace su
trabajo y el hecho de que sean además forzosamente tres personas
distintas quienes desempeñan esas funciones no tiene nada que ver
con la división de poderes. Tiene que ver con la inevitable división
de funciones. Es una simple cuestión organizativa y operativa del
estado al que han llamado democracia.
Colaboran
con los partidos sindicatos, medios de comunicación, cátedras y
fundaciones, cuya misma estructura vertical y jerarquizada son un
reflejo fiel del Estado. Les paga el estado, trabajan para el estado
y son corpúsculos del estado, formando parte del mismo. Constituyen
todos una unidad de pensamiento o consenso,
aunque entre partidos aparenten beligerancia. Todos tiene su actores:
unos crean la opinión, otros serán sus correas de trasmisión y el
pensamiento crítico y libre brilla por su ausencia... No puede fluir
en los ciudadanos si caen en sus redes. Para muestra sirvan los
axiomas de la corrección política de una socialdemocracia que ha
tapado con su manto el sentido común y la sensatez en toda Europa, y
de ahí los problemas comunes, por ejemplo, que está teniendo Europa
con una inmigración cuya cultura no ha podido ser absorbida por la
nuestra, y la proliferación de ghettos con enormes tensiones
sociales. Resulta verdaderamente paradójico que sea precisamente la
misma doctrina de la corrección política la que ha impedido la
integración de muchos inmigrantes. Como segundo ejemplo veamos los
problemas económico y la crisis
que ha golpeado de la misma manera en todo el arco Mediterráneo.
Algo deben tener en común España, Portugal, Italia, Grecia y
Chipre, con la que se atrevieron a montar un corralito. Y lo que tienen en común es que están gobernados por partidos de estado donde se concentra todo el poder sin que exista ningún intermediario con la sociedad civil. Como siempre, todos
los problemas que crean los políticos los sufrimos la sociedad
civil y nunca los padecen ellos; enrocados en sus mansiones, sus
privilegios, sus guardaespaldas y sus cuentas corrientes: públicas
y privadas.
Vicente
Jiménez
Bibliografía
A.G.TREVIJANO, Teoría
Pura de la República, Ediciones MCRC
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