lunes, 17 de junio de 2013

Asustando a la ignorancia


Los Hegelianos o Marxistas cometieron el error fatal de confundir al Estado con la sociedad, o peor aún, de intentar integrar todos los poderes y la sociedad en el Estado. Evidentemente obviaron lo privado; especialmente la propiedad privada. Y si todo era Estado, ya no quedaba sitio para nada más. Por ello, toda doctrina derivada del Marxismo tiende a lo totalitario porque el Estado lo fagocita todo. De algo viene el adjetivo totalitario.

Pero al contrario de lo que el Estado cree, los integrantes que aceptan este tipo de sociedades totalitarias con un “es lo que hay” no son partidarios de nada, porque para ser partidario de algo tienes que tener opciones; y ahí radica una de las parcelas de nuestra libertad: poder elegir entre varios de lo que sea. Si te dan café para todos, la única opción libre que tienes es no elegir nada porque si te tomas el café, ya has perdido la libertad.

Imagina que te dan a elegir entre tres objetos aparentemente diferentes, pero que en realidad cumplen la misma función con el mismo esfuerzo. Entonces te estarían dando a elegir entre tres “de lo mismo”; y por lo tanto tampoco tendrías libertad de elección.
Pues bien, todos aquellos que sienten verdadero amor a la libertad y no la temen tienen que intuir que algo no está funcionando hace tiempo. Aunque no nos hubiese azotado la crisis económica, ya se percibía una crisis de valores, un relativismo, un casi todo vale y una falta de puntos fijos morales de referencia.

Ese tipo de normas y formas de relación, sin estar escritas ni impuestas por ley alguna excepto por las de la costumbre, el saber estar, la educación o el saber relacionarse se aceptaban por todo el conjunto de la sociedad porque simplemente ni se cuestionaban: eran de sentido común y las cosas se hacían así. Y estas formas sociales y de valores se proyectan no en grandes empresas sino en los pequeños detalles del día a día: en un ceder al asiento a una persona anciana en el autobús, en socorrer a alguien si le están atracando, en ayudar a quien sufre un desmayo en la calle. Algo ha tenido que pasar para que mucho de esto se haya ido perdiendo; así, como agua que se te escapa de las manos, para que el miedo a ayudar al prójimo se haya apoderado de muchos. Pero algo todavía más terrible, más perverso subyace en la oscuridad de estas percepciones: es el miedo a una ley que proteja más al delincuente que al agraviado. Que se inviertan los papeles y que quien se decidió a ayudar sea castigado mientras liberan al delincuente... porque en este mundo todo es relativo. Y el malo es considerado bueno y el bueno se convierte en malo. En eso consiste el relativismo.

En la URSS, por ejemplo, te podían controlar por el terror llevándote castigado al Gulag por crímenes imaginarios que no habías cometido, después de un repasito en el Lubianka; donde confesabas todos tus crímenes. Pero esa no es la única forma... también te pueden controlar idiotizando el lenguaje hasta extremos donde el uso de una palabra incorrecta puede llevar tus huesos a dar con un tribunal de justicia y hasta con la cárcel. No sé como ciertas palabras no han sido borradas ya del DRAE porque pueden ser consideradas racistas y ciertos colores prohibidos. Vivimos en la sociedad de las prohibiciones.

La caída del muro de Berlín fue la primera ficha que se precipitó en la descomposición del comunismo en Europa hasta desintegrarse por completo la Unión Soviética. Pero los ideólogos europeos del comunismo (que nunca lo sufrieron, de verdad, en sus carnes) no iban a soltar tan fácilmente su presa, y lograron triunfar en el campo de las ideas y los pensamientos. Y ese veneno ha calado en los huesos de la sociedad civil a través del Estado y los medios de comunicación.

O mejor dicho, ideando para que no tengas ideas. Maquinando para que la individualidad, lo que nos distingue como diferentes a unos de otros, se viva con vergüenza. Si un crío es hiperinteligente en la escuela no hay que ayudarle para nada porque "no le hace falta", ese ya funciona solo. Al que hay que ayudar es al gamberro, al objetor escolar, aquel cuyo único objetivo es que no haya clase. Y si el resto acaban igual de ignorantes, para desesperación de un profesor al que los políticamente correctos le han quitado todas las armas para imponer disciplina, pues objetivo logrado. Si todo el mundo no puede ser igual de rico pues que sean igual de tontos... así yo los podré manipular mejor. Mientras, yo enviaré a mi hijo a una escuela donde no sigan esas directrices que predico. Eso, pues que sean igual en otras cosas. Se trataba de igualar a conveniencia: y esta filosofía lo que más reprime, lo que no soporta, es la inteligencia, la creatividad, lo que distingue a unos de otros. De ahí que se premie la mediocridad en las instituciones y hasta en la enseñanza. De ahí el sistema de enseñanza que hemos utilizado en la LOGSE, donde todos pueden ser bachilleres y todos, si me apuras, licenciados con un título que es papel mojado.

Y ya, lo peor de todo, que cualquier intento en cambiar un milímetro esa filosofía pasará por el tribunal de la inquisición de lo "políticamente correcto" y hordas de mediocres lucharán por su “libertad” lanzándose a la calle porque las han engañado los de la troupe de demagogos que viven opíparamente a base de prometer lo que no existe: en eso consiste la socialdemocracia o cualquier ideología. Ofrecen ideas incompletas como completas y una utopía al alcance de la mano, porque todos somos iguales. Y los pobres ilusos no se dan cuenta que si no logran la utopía no hay culpable, es simplemente porque las utopías no existen. Que lean a Orwell.
Vicente Jiménez



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