EL ANILLO DE GIGES
Dicen que era un pastor que estaba al servicio del entonces rey de Lidia. Sobrevino una vez un gran temporal y terremoto; abriose la tierra y apareció una grieta en el mismo lugar en que él apacentaba. Asombrado ante el espectáculo, descendió por la hendidura y vio allí, entre otras muchas maravillas que la fábula relata, un caballo de bronce, hueco, con portañuelas, por una de las cuales se agachó a mirar y vio que dentro había un cadáver, del tamaño, al parecer, human; que no llevaba sobre sí más que una sortija de oro en la mano; quitósela el pastor y saliose. Cuando, según costumbre, se reunieron los pastores con el fin de informar al rey, como todos los meses, acerca de los ganados, acudió también él con su sortija en el dedo. Estando, pues, sentado entre los demás, dio la casualidad de que volviera la sortija, dejando el engaste de cara a la palma de la mano; e inmediatamente cesaron de verle quienes le rodeaban y con gran sorpresa suya, comenzaron a hablar de él como de una persona ausente. Tocó nuevamente el anillo, volvió hacia fuera el engaste y una vez vuelto tornó a ser visible. Al darse cuenta de ello, repitió el intento para comprobar si efectivamente tenía la joya aquel poder, y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro el engaste, desaparecía su dueño, y cuando lo volvía hacia fuera, le veían de nuevo. Hecha ya esta observación, procuró al punto formar parte de los enviados que habían de informar al rey; llegó a palacio, sedujo a su esposa, atacó y mató con su ayuda al soberano y se apoderó del reino. Pues bien, si hubiera dos sortijas como aquella de las cuales llevase una puesta el justo y otra el injusto, es opinión común que no habría persona de convicciones tan firmes como para perseverar en la justicia y abstenerse en absoluto de tocar lo de los demás, cuando nada le impedía dirigirse al mercado y tomar de allí sin miedo alguno cuanto quisiera, entrar en las casas ajenas y fornicar con quien se le antojara, matar o libertar personas a su arbitrio, obrar, en fin, como un dios rodeado de mortales. En nada diferirían, pues, los comportamientos del uno y del otro, que seguirían exactamente el mismo camino. Pues bien, he ahí lo que podría considerarse una buena demostración de que nadie es justo de grado, sino por fuerza y hallándose persuadido de que la justicia no es buena para él personalmente; puesto que, en cuanto uno cree que va a poder cometer una injusticia impunemente, la comete. Y esto porque todo hombre cree que resulta mucho más ventajosa personalmente la injusticia que la justicia. «Y tiene razón al creerlo. (Cortesía de www.nueva-acropolis.es, pág 38 )
Source: El País El anillo del Poder
Este es un extracto del libro
de todos los libros; la fuente original de toda la filosofía
política habida, presente y por venir: Kallipolis
Todo lo que he leído sobre ciencia política, todo lo que he escuchado de los mejores conferenciantes, tiene
alguna referencia, de una forma u otra, a la República de Platón.
En una clase de la Universidad
de Yale, llena hasta los topes, escuché a un profesor decirle a sus
alumnos:
- Hay presente una persona en
esta sala, sólo una, que me enviará un email dentro de cuatro años
cuando os graduéis. Para esta persona, leer Kalliposis será el
ejercicio intelectual más gratificante que haya realizado en toda su
vida. Me gustaría que me enviara ese email para hacérmelo saber.
He de confesar que las palabras
del profesor me impresionaron, y cuando surge el tema de si podemos
fiarnos de nuestra clase política o no recordé la historia del
anillo de Giges. Como tantas otras enseñanzas, está recogida en la República de Platón.
Este relato nos plantea una
deliciosa cuestión que está de candente actualidad: ¿puede el poder estar sin freno
alguno?, ¿puede la virtud por si sola contrarrestar la enorme
tentación que ofrece el poder?, ¿qué puede contrarrestar al poder?
El inmenso poder del anillo (¿os
acordáis del Señor de los Anillos?... es lo mismo) induce al pastor
al crimen de Estado, a dar rienda suelta a las pasiones, a la traición con la reina y la usurpación de la
corona a su legítimo dueño. Las grandes obras literarias de la
Humanidad repiten el tema del abuso del poder absoluto: Hamlet (la historia es la misma), el
rey Lear, o nuestro Quijote, cuando unos condes ociosos y poderosos se burlan del buen Sancho y lo hacen gobernador de paja de la Isla de Barataria. Irónicamente,
Sancho, que aplica las leyes del pueblo: las del sentido común
alejado de toda mezquindad y codicia deja boquiabiertos a los
presentes por su buena praxis como juez cuando ejerce el poder prestado. Pero para Cervantes, el poder del pueblo no deja de ser una quimera y poco le habría de durar al bueno de Sancho. Cervantes ya intuye que la verdadera justicia ha de venir de normas dictadas desde el pueblo, aunque todavía faltasen doscientos años para que alguien hablase del papel de la representación en el poder legislativo. No le habían llegado todavía las ideas ilustradas de la
separación de poderes para que el ejecutivo (gobierno) y legislativo
se vigilaran entre sí; porque Cervantes, al igual que su coetáneo
Shakespeare, vivieron tiempos y experiencias brutales
propiciadas por el poder absoluto de sus respectivos reyes;
especialmente Shakespeare, que sufrió una experiencia traumática
que le marcaría para toda su vida, y se reflejaría en sus obras:
Una noche de borrachera, a su tío se le escapó en una taberna de un pueblecito rural un pequeño comentario ofensivo sobre la reina Isabel I de Inglaterra. Alguien lo escuchó y le denunció. Eso le costó la vida a su pobre tío: lo destriparon lentamente, quemaron las tripas, se las dieron a los perros y después lo remataron descuartizándolo (son las mismas escenas de la película Braveheart). Dependía de lo que le pagase la familia al verdugo que el espectáculo durase todo el día o el suplicio acabase rápido. Era la marca de la Gestapo al servicio de la casa Tudor en aquellos tiempos: hubieron muchas inquisiciones, no solo la nuestra. Una muestra más de que el poder corrompe si no se le pone freno. Shakespeare, seguramente, fue testigo del martirio aplicado a su tío en una época de convulsas guerras de religión.
Cuando doscientos años después los grandes de la
filosofía política: Tocqueville, Montesquieu, Locke, etc, se fueron
dando cuenta de que a un poder solo se le podía anteponer otro
poder y surgió la maravillosa idea: divide y vencerás. Locke se dio
cuenta de la división de poderes y Montesquieu la remató con la genial idea
de separarlos. Los rebeldes americanos, hartos de los vicios de la
vieja Europa prescindieron de reyes aplicando esas revolucionarias teorías en la práctica; y Jefferson junto a los padres
de la patria construyeron la primera democracia del mundo
moderno sabiendo que el buen gobierno no podía depender de buenas intenciones sino del miedo, envidia y desconfianza de un poder hacia el otro enfrentados entre sí. Cuanto más se aborrecieran y más se vigilarán y pelearan, más tranquilos estaríamos nosotros. Esos factores, y solo esos, ahuyentan la impunidad y por ende la corrupción sistémica.
Por lo tanto, a la pregunta de
si podemos fiarnos de los políticos vosotros mismos podéis
contestarla a la vista de toda esta información, usad vuestra intuición
y vuestro sentido común... como hizo el bueno de Sancho Panza juzgando los dos casos que le presentaron.
Yo por mi parte, diré que
cuando los políticos estén civilizados, es decir, pertenezcan a la
sociedad civil (en vez de a partidos incrustados
en el Estado) entonces sí me fiaré; me fiaré de los políticos
porque me pertenecerán a mí como ciudadano, me representarán a mi,
y al estar separados de jueces y Estado el peso de la ley caerá
sobre ellos si se pasan ni un pelo. Y yo, si no cumplen, también los
podré echar: hala, a la cola del paro... Y si lo hacen bien, los podré volver a votar por segunda vez por otros cuatro años; nada más, y nada menos.
Vicente Jiménez
Gracias Vicente, por este nuevo artículo donde relacionas desde lo mitológico de Platón, lo planteado por Cervantes, lo ocurrido a Shakespeare y nuestra realidad, donde esa falta de división de poderes hace que no exista contraloría entre las funciones que ejercen.
ResponderEliminarRecuerdo a un político venezolano que decía "el aura del poder", y era referido a algo así, a esa tentación por lo ajeno cuando se tiene el poder en la mano. Es por ello que la contraloría es tan importante y la división de poderes fundamental.
Y aunque si no me equivoco Platón hace un planteamiento sobre la bondad o maldad del ser humano, ubicándole en la potencialidad de esto último, en lo que no creo; con relación al poder público y al manejo de bienes que no son propios hay que partir de ese principio, para tener una "orquesta" que permita a su vez ese control que se pretende, y sobretodo, la no impunidad ante hechos de corrupción.
Pero creo que hay algo mas, y que se que pretendes hacer con este blog y es educar a la población en esto, no podemos desconocer a política, los deberes generan derechos, la democracia se basa en el pueblo donde los servidores públicos, léase políticos, han de rendir cuentas a este pueblo, quienes a su vez deben estar formados para ello. Relacionado sin dudar al respeto al ciudadano, a la moral y los principios.
Un abrazo y gracias de nuevo por compartir tus valiosas ideas...
Exacto. La separación del poder legislativo (proponer leyes) y ejecutivo ( el gobierno las tiene que ejecutar) dejan tranquilos y libres a los jueces para realizar su trabajo sin interferencias de ninguna clase. Además, hay un poder que los vigila a todos y es el judicial para casos excepcionales y castigar la prevaricación de los otros dos poderes y los jueces si alguno de ellos se corrompiese. Ese equilibrio perfecto intenta evitar el abuso del poder. Pero eso no lo propone Platón ni en sus sueños:
EliminarEl tema central de Platón en su República tampoco tiene mucho que ver con la moral: más bien con la educación y una sociedad perfecta gobernada por reyes filósofos; pero sí que planteó los problemas con los que se toparía la filosofía política (ahora la llaman ciencias políticas) hasta nuestros días, Desde el nazismo hasta el liberalismo y el comunismo. Nada escapó a su escrutinio sobre las distintas posibilidades que existían. No obstante, tampoco ofreció siempre soluciones que pudiesen ser aceptadas por nosotros. Su estado perfecto es hipertotalitario y no nos gustaría, le hubiese gustado a un Hitler o Stalin.