lunes, 27 de mayo de 2013

Separación de funciones no es separación de poderes


Ningún partido pequeño, ni mucho menos uno grande, garantizará nunca ser reflejo de los ciudadanos dentro de un estado de partidos como los de Europa;  aunque podemos hallar honrosas excepciones que se le acercan como en Francia, Inglaterra y Suiza. Si bien el sistema financiero suizo recoge todo el dinero de la corrupción en su banca, su sistema político no es corrupto.
Cuando elegimos a un partido para depositar el voto estamos siempre confiando en su buena fe porque al no tener ningún sustrato civil estarán presentes en las elecciones por otra causa distinta a la que tu depositas el voto; y esa causa es en primer y único lugar los intereses de su propio partido, personificado en el jefe de partido; y de mantener el statu quo del Estado de Partidos. Al elegir una lista muchos votantes se alegran porque les evita el trabajo de elegir y pensar, pero no deja de ser un acto de fe ciega e infantil elegir a un grupo de desconocidos. Al salir ese partido no por motivos racionales sino por motivos sentimentales el resultado es tan brutal que sin la comparsa de los medios de comunicación y su constante martilleo nadie sería ajeno a que el partido o partidos elegidos van a conformar todos los poderes del estado. Hablamos no de España sino de Europa y especialmente el arco Mediterráneo.
Son Estados de Partidos en tanto en cuanto no hay ninguna diferencia sustancial en que el Estado esté formado por un solo partido o por un mosaico de partidos. Ese conjunto de partidos que se reparten el poder es a lo que degenera un sistema totalitario cuando se desintegra si desaparece el dictador sin ser reemplazado por otro dictador. Es decir, el poder de uno se reparte entre varios, y esos varios se constituyen en oligarquías de poder. Digamos que el pastel se trocea entre unos cuantos. Así, un sistema oligárquico es aquel en el que el poder lo disfrutan entre varios y lo mantienen siempre los mismos de generación en generación. Desde luego, el sistema oligárquico controla entonces el poder legislativo (hacer leyes) y el ejecutivo (el estado) sin que exista ningún mediador entre la sociedad civil y el estado. En España, como somos más chulos que nadie, ese dislate lo hemos multiplicado por diecisiete autonomías. Es evidente que la carga resulta insoportable y que el resultado final al que hemos llegado estaba cantado desde el nacimiento de nuestra partidocracia, con o sin crisis. Evidentemente a la exterior hay que sumarle la nuestra, digan lo que digan.
En los estados de partido Europeos existe separación de funciones y no separación de poderes. Ahí radica uno de los primeros juegos malabares de los trileros que pervierten el lenguaje llamándole democracia no a la separación de poderes sino a la de funciones. Nada más evidente: Es como si el árbitro quisiera ser delantero y portero a la vez; así, el presidente de la nación no puede desempeñar la función de juez y de presidente, y el juez tampoco puede llevar la acción administrativa. Cada uno hace su trabajo y el hecho de que sean además forzosamente tres personas distintas quienes desempeñan esas funciones no tiene nada que ver con la división de poderes. Tiene que ver con la inevitable división de funciones. Es una simple cuestión organizativa y operativa del estado al que han llamado democracia.
Colaboran con los partidos sindicatos, medios de comunicación, cátedras y fundaciones, cuya misma estructura vertical y jerarquizada son un reflejo fiel del Estado. Les paga el estado, trabajan para el estado y son corpúsculos del estado, formando parte del mismo. Constituyen todos una unidad de pensamiento o consenso, aunque entre partidos aparenten beligerancia. Todos tiene su actores: unos crean la opinión, otros serán sus correas de trasmisión y el pensamiento crítico y libre brilla por su ausencia... No puede fluir en los ciudadanos si caen en sus redes. Para muestra sirvan los axiomas de la corrección política de una socialdemocracia que ha tapado con su manto el sentido común y la sensatez en toda Europa, y de ahí los problemas comunes, por ejemplo, que está teniendo Europa con una inmigración cuya cultura no ha podido ser absorbida por la nuestra, y la proliferación de ghettos con enormes tensiones sociales. Resulta verdaderamente paradójico que sea precisamente la misma doctrina de la corrección política la que ha impedido la integración de muchos inmigrantes. Como segundo ejemplo veamos los problemas económico y la crisis que ha golpeado de la misma manera en todo el arco Mediterráneo. Algo deben tener en común España, Portugal, Italia, Grecia y Chipre, con la que se atrevieron a montar un corralito. Y lo que tienen en común es que están gobernados por partidos de estado donde se concentra todo el poder sin que exista ningún intermediario con la sociedad civil.  Como siempre, todos los problemas que crean los políticos los sufrimos la sociedad civil y nunca los padecen ellos; enrocados en sus mansiones, sus privilegios, sus guardaespaldas y sus cuentas corrientes: públicas y privadas.
Vicente Jiménez
Bibliografía
A.G.TREVIJANO, Teoría Pura de la República, Ediciones MCRC


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