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viernes, 23 de octubre de 2015

El encuentro entre culturas


Al igual que los hombre mediocres cuando fracasan proyectan sus fracasos sobre los demás, los hombres de pro proyectan sus virtudes. Y lo mismo es aplicable a los pueblos y las naciones. Es fácil para un europeo atribuir su  racionalidad a los demás, ya que presupone que es el estado natural del ser. Pero las raíces de dicha racionalidad no provienen de ningún estado natural de las sociedades, ya que arrancan de lo más atávico de nuestra cultura occidental. Occidente es hija de la cultura grecolatina que se mimetizó más tarde en la judeocristiana. Es a partir de la racionalidad que la moralidad emerge. Nuestras instituciones públicas no son más que un reflejo de la cultura subyacente. Es a partir de la racionalidad que la sociedad sabe lo que es verdaderamente bueno o malo, lo que es una virtud y lo que es un vicio. Desde nuestra perspectiva la sociedad irracional es inmoral e incapaz de respetar las virtudes dadas por hechas. Desde nuestra perspectiva, la sociedad irracional es inaceptable: nuestra cultura cotidiana y nuestras leyes no pueden, por ejemplo, aceptar la ablación del clítoris, la muerte por lapidación de una mujer, su asesinato por “cuestiones de honor” y las atrocidades de las que estamos siendo testigos por parte de integristas.
Esta pintura está en S. Pedro Mártir,
Murano. Ver
Marian Solidarity

Cuando el europeo acoge a un inmigrante da por hecho que se comportará también de forma racional y se sentiría agradecido por las nuevas oportunidades que las libertades occidentales le ofrecen. Ese mismo europeo racional creerá firmemente que un inmigrante se sentirá también satisfecho por formar parte del esfuerzo común para preservar las libertades que Europa le ofrece . Un observador occidental racional creerá que bajo el prisma de la lógica, una vez en Europa, estas personas cuyas vidas han peligrado viviendo bajo tiranos sanguinarios y situaciones aterradoras abandonarán y abominarán de las formas atrozmente abusivas que, al parecer, han estado tratando de dejar atrás. Pues bien, la práctica ha demostrado que este principio no siempre se cumple, ya que su reacción en el país de acogida dependerá también del origen atávico de sus costumbres; en definitiva, del legado cultural de generaciones y generaciones. Por desgracia, aunque la corrección política esconda la realidad,  todos hemos visto a inmigrantes ofreciendo una visión que muy probablemente deje un observador racional incómodo y confuso. ¿Por qué deberían estos inmigrantes, en vez de sentir y mostrar gratitud, crear destrozos mobiliarios atacando incluso a nuestra policía o paseantes? ¿Por qué deben destruir la propiedad pública? ¿Por qué deberían robar a sus amables anfitriones, y abusar de ellos sin aceptar las más mínimas normas de convivencia? ¿Por que deben pelearse entre ellos? Todos hemos sido testigos sobre este tipo de acciones no solo en los medios de comunicación sino personalmente.

Pues bien, por mucha que sea nuestra empatía hacia ellos a causa de las situaciones de guerra y desastres que sabemos estén sufriendo, intentar imponer nuestra racionalidad a culturas que han funcionado durante miles de años bajo otras perspectivas resulta tan atroz desde el punto de vista racional como el hecho de que ellos intentasen hacer lo mismo con nosotros. Si nosotros vamos a esos países intentamos respetar y adaptarnos en lo posible a sus formas de hacer,  a sus costumbres; aunque pondremos límites racionales porque no practicaríamos la ablación; seríamos racionales. Pero si ellos vienen aquí no tienen porque ser racionales. Esa no es la herencia recibida desde su cultura. De ahí las quejas de que muchos no se adapten. Ese es el motivo del enorme fracaso porque desde un punto de vista pragmático hemos de aceptar que no se puede cuadrar el círculo. Ese el el motivo de los guetos gigantescos en Inglaterra y Francia, de la enorme frustración, del fracaso manifiesto y de que dichos inmigrantes en Europa reproduzcan las mismas formas  de sus países originales. Que nadie espere que deban sentirse agradecidos como lo haríamos nosotros y adaptarse a la cultura occidental. La cuestión no es si los conseguiremos integrar o no, sino si estamos dispuestos a convivir con ellos, o no, bajo esas circunstancias empíricas. Y si no lo estamos, es mejor aparcar definitivamente las amplias políticas proteccionistas "en occidente" hacia ellos, y ayudar a que cada uno pueda desarrollarse, pero en su tierra. Todos seremos mucho más felices.

Y ¿qué no podemos ni debemos hacer para ayudarles en sus países? Como corolario, intentar imponer el pensamiento del siglo de las luces, la revolución industrial y la democracia en países ajenos a esos periodos históricos que forjaron nuestra cultura occidental tampoco funcionaría. Es irracional. He ahí el motivo del fracaso de las intervenciones en Irán, Irak, Afghanistán...


La prueba del fracaso intervencionista nos la ofrece la historia. Los intentos de imposición entre ambas culturas han sido letales a lo largo de los tiempos y no han hecho más que provocar sufrimiento.

El cisma entre la cultura occidental y oriental se evidenció en la misma batalla de Gaugamela (331 a. C.), cuando Alejandro Magno venció a Darío III. Quizá fue esa la batalla más importante de la historia, ya que se enfrentaron no solo ejércitos en busca de riquezas y poder, sino que la confrontación también fue cultural: la racionalidad y mobilismo griego versus el satrapismo e inmobilismo de los grandes imperios de oriente. Fueron dos perspectivas vitales distintas entre dos mundos enfrentados donde se marcaron los límites geográficos y culturales. Occidente preservó su filosofía y visión del mundo movilista y de cambio contínuo. Cuando de nuevo una cultura quiso imponerse a la otra; amenazada la cultura occidental en este caso por los musulmanes, se tuvo que defender en la batalla de las Navas de Tolosa en España (1212), Lepanto (1571), y en el sitio de Viena (1683) contra los turcos y el arrollador avance del Islam.
Vicente Jiménez

jueves, 17 de mayo de 2012

Conflicto de civilizaciones II

 Entrada revisada
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Es sumamente interesante el enfoque evolutivo de los conflictos planteado por Hungtinton, que fue capaz de prever el modelo social con el que nos encontraríamos a principios del siglo XXI.


"La fuente primaria fundamental de conflicto en este nuevo mundo no sera ideológica ni económica. Las divisiones entre el género humano vendrán dadas por el choque entre grupos con diferencias culturales" Hungtinton, Choque de civilizaciones

Realicemos un pequeño un periplo histórico partiendo de la Paz de Westphalia, donde se engendraron las formas de relación entre Estados modernos. Los conflictos occidentales fueron, al principio, siempre originados por los reyes y motivados por el deseo de controlar sus territorios y expandirse. La Revolución Francesa fue ya el primer conflicto Europeo popular que estalló defendiendo las ideas rompedoras de un grupo de personas corrientes, no de monarcas. A partir de ahí, los choques verdaderamente importantes vendrían por las defensa de las ideas: fascismo, comunismo y democracia se confrontaron en la II Guerra Mundial. Nuestra guerra civil, por ejemplo, no fue para ganar territorios y explotarlos como hubieran hecho los antiguos monarcas sino por confrontación de ideologías. Los colonialismos del s XIX seguirían las pautas de seguir controlando territorios con miras al robo producido a gran escala que impulsó la invención del tren, como ya se mencionó en el capitulo anterior. Después ya vendría la Guerra Fría; un conflicto entre el comunismo y la democracia liberal, encarnado en dos super-poderes: la URSS Y Estados Unidos. Los países occidentales se posicionaron bajo el paraguas de una u otra superpotencia. El mundo quedó dividido en dos ricos y otro pobre, éste último muchas veces con grandes recursos naturales, pero sin capacidad tecnológica ni organizativa para explotarlos. Dichos países pobres eran los restos de la etapa colonial anterior, y son a los que se se llamó tercer mundo.

La caída del Muro de Berlín fue el preludio de la desintegración de la URSS y causó unas guerras en la Europa del Este, abriendo la puerta, en parte, a la nueva fase en la que nos hallamos. El centro de gravedad de la política internacional ha pasado a las relaciones entre Oriente y Occidente. Al conflicto entre el mundo islámico y el occidental, al conflicto entre islamismo y cristianismo ¿O más bien entre los que tienen los recursos energéticos y los que los  consumen? Aparecen nuevas potencias compitiendo también por esos mismos recursos energéticos y de materias primas; sirvan China e India, como ejemplo. Y sumemos también que algunos de los países productores suramericanos se hayan aliado con una parte del mundo productor islámico. Les une el enemigo común: el mundo occidental.

Añadamos una nueva pieza al puzzle: la aparición de las nuevas tecnologías de comunicación y tratamiento de la información. La rapidez en los viajes han hecho de este mundo un pañuelo. El mundo es más pequeño; así tenemos un nuevo panorama: la antigua división de primer, segundo y tercer mundo que se dio durante la Guerra Fría ha dejado de tener sentido y dado paso a la globalización. Grandes cantidades de dinero se mueven, por ejemplo, en cuestión de segundos con solo apretar un botón de una parte a otra del globo. Decisiones de un segundo pueden traer prosperidad o hambre a grandes masas en el otro lado del globo. De alguna manera, los antiguos estados han dejado de tener el control...

Y sigamos sumando: grandes migraciones del antes llamado tercer mundo han ocupado Occidente en busca de una utopía; y los políticos han practicado un proteccionismo erróneo y exacerbado con estas poblaciones. Dicho hiper-proteccionismo ha incidido en la pérdida de derechos que había adquirido la población local, tras mucha lucha, sangre, sudor y lágrimas. Los inmigrantes trajeron a sus mayores y familias, que jamás habían aportado nada a los sistemas sociales de los países receptores disfrutando de privilegios jamás soñados y cuya carga recaía en los hombros de las poblaciones autóctonas. Esto aumentó la carga social de los ciudadanos y tensiones con aquellos que habían llegado compitiendo en el mismo nicho por los mismos recursos de bienestar social. Los mismos foráneos se posicionaron a favor o en contra de este nuevo elemento que añadía un problema de sostenibilidad a la sanidad, educación y seguridad. 

Los políticos occidentales se mantuvieron insensibles a los problemas que estaba causando su mala gestión, bien porque no era la parte de población que mantenía contacto con estos recién llegados o porque éstos les podían aportar rentabilidad política, en forma de votos o beneficios económicos mediante la explotación esclavista, ya que los recién llegados sin pretenderlo dinamitaban los derechos laborales por la simple ley de oferta y demanda; derechos laborales por los que tanto habían luchado los habitantes foráneos.

Difícil situación por la mala previsión de los políticos y donde la sociedad civil no pudo participar en ninguna decisión a fin de evitar situaciones injustas tanto para los nativos como para los que llegaban buscando una vida mejor. El sistema de partidos de Estado coloca las decisiones en el Estado y jamás en la sociedad civil, que nunca se halla representada. 

Para muestra un botón: el efecto del ministro Socialista Caldera de "papeles para todos" causó un efecto "llamada" insoportable practicando la falsa cultura buenista. Le dio cuerda a la bomba de relojería, todavía alimentado más el proceso de las tensiones raciales fruto directo de las económicas y culturales.  Pero la verdadera bomba puede estallar con la carga adicional y sumamente atroz de la crisis, que ha arrasado como un tsunami a los españoles; llevando a muchos a la más absoluta indigencia.

Aquí pues hay que darle la razón a Hungtinton cuando predijo que los próximos conflictos serían entre civilizaciones porque el mundo se volvía cada vez pequeño; y al aumentar las posibilidades de interacción aumentan las de conflicto: gentes que jamás hubiesen interactuado se verían obligados y condenados a compartir y competir por los mismos recursos y trabajos pero pertenciendo a culturas a veces no solo distintas sino incompatibles. De ahí el clamor cada vez más frecuente y peligroso, que tanto se oye, de "no cabemos todos". Y los políticos siguen con sus luchas internas sin tratar el verdadero problema que ya han creado por lo que pudieron hacer y no hicieron. Quienes pueden encauzar una solución ordenada continúan ciegos y sordos a lo que verdaderamente ocurre. Políticos incontrolables y enormes masas migratorias incontroladas que acaban en guetos: nitrógeno y glicerina: señores, la explosión está servida si no se reconduce la situación con políticas sociales justas, pero justas para todos: no con notable proteccionismo solo para una de las partes.
Vicente Jiménez