Todos
iguales... de burros (con perdón de los animalitos).
En
primer lugar, los ciudadanos de un gobierno serán mucho más libres
cuando el peso de la educación recaiga más en la familia y el de la
instrucción en la escuela. Yo tengo dos ideas claras: la educación
pertenece a la familia y la instrucción a la escuela.
Con ello se
consigue movilidad social, con lo contrario castas. Lo que voy a exponer se basa en casos extremos y no en lo general, pero si resolvemos los extremos resolvemos lo general. Antes de exponer el problema voy a ofrecer la solución: yo votaría, en una democracia formal, al representante de distrito uninominal con mandato imperativo y revocable que llevara al Congreso propuestas con dos ideas claras: Derogación de la Ley del Menor y leyes sobre educación e instrucción cuyas propuestas saliesen de nosotros, la sociedad civil.
Los
gobiernos, cuanto más totalitarios más se apoderan de la educación
de los ciudadanos, y cuanto más liberales más dejan la educación
en manos de la familia: así, los gobiernos totalitarios: comunistas, nazis y fascistas llegaron incluso al extremo de secuestrar a los niños de sus padres y
llevárselos a sus centros de adoctrinamiento o escuelas cortando todo lazo con
la familia; igual que hacen las sectas destructivas.
Eso
es algo lógico, ya que para un régimen totalitario los ciudadanos,
niños incluidos, forman parte del Estado. Tenemos en ese caso un partido único aunque haya sido votado, la
conjunción de todos los poderes en un dictador y el partido dictador controlando los medios de producción, comunicación, la distribución de la
miseria para la población y la riqueza para los dirigentes del
partido; todo formando también parte de la estructura de Estado.
Un
profesor de matemáticas debe preocuparse por enseñar matemáticas:
no por hacer de psicólogo, mediador familiar, mediador de
conflictos, agente de viajes u otra función que le distraiga de la
asignatura que debe impartir. Aquellos profesores que se enorgullecen
de ser “educadores” puede que sean buenos mediadores familiares
o psicólogos... pero postizos. Ni han sido preparados para ello ni
tienen la instrucción: a lo máximo que podrían aspirar es a
utilizar opiniones fruto de cierta formación y sentido común, pero jamás trabajarán con los mismos criterios
profesionales de verdad con los que lo haría un psicólogo: ya se sabe, aprendiz de todo maestro de nada y zapatero (vade retro) a tus zapatos.
Lo
que sí puede y debe hacer muy bien ese profesor es enseñar
matemáticas, ciencias, dibujo, historia, idiomas...
Ese es su verdadero oficio, y no otro. Eso es lo que
hará bien de verdad; siempre que le dejen hacerlo, claro.
También
es cierto que un profesor debe resolver situaciones conflictivas y
de socialización impartiendo la disciplina, normas,
respeto y puntos de referencia morales necesarios para conseguir una forma de convivencia
y aprendizaje con respeto mutuo en el aula y la escuela; pero para ello la
sociedad debe envestirlo de la autoridad perdida.
Hay
que recuperar el respeto al profesor y la disciplina en la escuela o
el instituto; dar normas y puntos solidos de referencia. Sin eso jamás tendremos ciudadanos preparados para la
vida y mucho menos para la democracia; que en el fondo de eso se
trata este cuento: que jamás tuvimos democracia y la escuela prepara para seguir sin tenerla.
El fracaso de la enseñanza se veía venir desde el momento en que
metieron a niños de primaria en un instituto de secundaria, los
mezclaron a todos (comunismo de tribu) y les obligaron a permanecer
hasta los 16 años les gustase o no estudiar. Si un joven no quiere estudiar hay que sin ofrecerle la opción de convertirse en aprendiz de un oficio; o formarse en una formación profesional si está dispuesto a estudiar esa disciplina concreta.
Es más, en la atroz mezcla del nuevo centro los niños recién llegados tienen la oportunidad de aprender de los mayores los malos
hábitos y actitudes de verdaderos objetores escolares y gamberros
que odian estar en el instituto y hubiesen preferido estar
trabajando o aprendiendo un oficio ganado algo de dinero; como se hacía antes.
La falsa
protección del menor promovida por la izquierda no solo ha creado el
peligro sino que ha dejado al profesor solo ante el peligro. Peor
aún, ha rizado el rizo dejando también al menor solo ante el peligro con una Ley del Menor impotente ante los abusos del matonismo, la extorsión
y el acoso escolar que parece ofrecer una patente de corso ante los
casos extremos de asesinatos entre menores.
La
corrección política, siempre tan destructiva, ha dejado solos ante
en el peligro también a los padres haciéndoles creer que debían
ser “coleguillas” de sus hijos en vez de padres, abandonando el rol paternal de educar dando
puntos morales firmes de referencia. Todo esto viene de las teoría
roussoninas mal entendidas del “mito del buen salvaje”, según la cual, al niño;
bueno por naturaleza hay que dejarle hacer lo que le de la gana para
que se desarrolle en libertad, ya que el hombre es bueno por
naturaleza pero la sociedad lo corrompe. Así, es cuando el
profesor intenta lograr esas normas mínimas de orden y respeto
cuando sale la fiera de la corrección política y surgen los conflictos entre profesores, alumnos y padres complacientes. Si el maestro castiga al niño es como si unos padres echaran la bronca al
médico porque no le recetó a su hijo lo que el niño quería,
coartando así su libertad:
-
Quedó claro que Jaimito le pidió caramelos para quitarse el asma y
no el jarabe que Vd. le ha recetado, ¿cómo se atreve doctor? Aquí
quien manda es el niño. Traduzcan este supuesto a una escena con el profesor.
La
bochornosa imagen colgada en YouTube de un gamberro bajándole los
pantalones a un profesor cuando impotente intenta impartir clase
debería quedar en la memoria colectiva como ejemplo del horror al
que han llevado esto que los “progres” llaman, como no podría ser
de otra forma, “la educación” en vez de instrucción; y nos puede dar idea del grado extremo de
descomposición y degradación al que han llegado algunos institutos
y colegios. Cuando unos niños y profesores se sienten aterrorizado a
causa del matonismo y el acoso escolar es que algo está
funcionando muy mal en nuestros centros escolares y en la sociedad.
Ni la escuela ni la familia cumplen con su función; pero aún no he visto ni una manifestación de estudiantes ni sindicatos organizando una sola manifestación para remediar una situación que condena a toda una clase social, en última instancia, a la miseria. En cambio, cuando cuatro golfos (y los llamo así porque o se
les ve demasiado mayores para pertenecer al instituto o cobran por montar la huelga) que jamás han
aparecido por el instituto o la universidad se cuelan en una clase,
la interrumpen y dicen que hay que hacer huelga, o impiden el acceso
a los centros mediante la coacción o la agresión es que hemos perdido el norte
¿Dónde está ahí la democracia? Desde luego no son ni los que
irrumpen en la clase a imponer huelgas ni los que les siguen como corderos quienes
saben el significado de esa palabra: democracia; la única solución
y la única cura a esta enfermedad terminal que estoy describiendo,
casi desde las trincheras. Recuerden que di la solución antes de exponer el problema: democracia formal y tener un representante en las Cortes.
Quid prodest
Ahora
bien, si yo me hubiese constituido en parte de una casta parasitaria
querría que mis hijos heredasen mis privilegios, simplemente por estar en
el cargo o incluso sin ni siquiera hacer acto de presencia, y
saborear los deleites de todas mis prebendas: oficina decorada a mi
gusto con el dinero de los contribuyentes, viajes, secretario, escoltas, Visa, gastos
pagados, hoteles y restaurantes de lujo, vacaciones, una buena cuenta corriente, coche y puede que hasta amante oficial.
Por
supuesto, esos niños no irán a esos centros donde un matón les puede pegar
una hostia, acosar impunemente, quitar el móvil, el dinero, la chupa o insultar a un profesor y bajarle los pantalones.
Eso está
bien para la purria... que la chusma siga revolcándose como cerdos
en el barro de su ignorancia: de vez en cuando les enviamos a nuestros sicarios y montamos una huelga y una manifa controlada, que parezca
que hay oposición...
Y
la función de los profesores continuará en hacer de psicólogos a la fuerza
sin serlo para resolver problemas de una sociedad enferma, resolver
conflictos que se amontonan y sobrevivir un día más sin que nadie
les baje los pantalones: metafórica o físicamente; todo menos dar
clase de matemáticas, que debería ser su casi única función. Que
aparentemente los alumnos sientan la libertad de expresarse y actuar libremente ellos, y sus
hijos, y los hijos de sus hijos: odio a la autoridad del profesor,
libertad para convertirse en verdaderos objetores escolares y sentirse totalmente
protegidos por el sistema para ejercer esa función: impedir que se
dé clase. Además, al final, todos aprobados y con becas... o sin
ellas, si la casta se ha gastado ya todo el dinero; pero manteniendo a todos iguales de
burros.
Mientras,
mi hijo irá a una escuela de elite en Suiza, Inglaterra, o EEUU.
Está claro quien será parte de la clase dirigente y quien
relegado a ser parte de una chusma sin ni siquiera ser consciente de
ello. No se me ocurre una forma más atroz de condenar a la sociedad
civil a la ignorancia e ignominia: a no conseguir nunca la democracia
y poder ser manipulados. No se me ocurre una forma más atroz de
desigualdad e inmovilidad social mediante la demagogia del “todos
iguales”, si; pero todos iguales de burros ejerciendo comunismo postizo de
tribu. Todos somos iguales; pero parafraseando a Orwell: unos mas
iguales que otros.
Piensen
en ello...
Vicente
Jiménez