sábado, 9 de enero de 2016

Los demócratas no ganamos a disgustos




Cuentan las buenas lenguas que existen países donde el ciudadano sabe dónde vive su representante. También afirman esas mismas lenguas, aunque sea difícil de creer, que la gente de ese privilegiado lugar conoce a sus diputados y que les pueden ir a visitar para exponer sus problemas e inquietudes. Cuentan también que esos diputados son empleados del pueblo elegidos por el pueblo y para el pueblo. Los tiempos de cargos hereditarios pertenecen a los tiempos anteriores a la Revolución Americana y Francesa, y son como agua y aceite en una democracia verdadera.

Hoy hemos sido testigos de un bochornoso caso de todo lo contrario, ya que los representantes no han sido elegidos por el pueblo sino por los políticos. Tampoco se eligen para el pueblo sino para los políticos ni por el pueblo sino por los políticos; y encima las votaciones, que no elecciones, no valen una higa. No podemos seguir participando en esta indignidad. No podemos meter ni una papeleta más en ninguna urna hasta que la ley electoral sirva para elegir representantes del pueblo para el pueblo por el pueblo. Primero, porque el voto de cualquier ciudadano de no sé donde perteneciente a un medio rural vale por diez, cien, mil de los míos. Segundo, porque aún contándose se reparten mediante repartos proporcionales; y tercero porque incluso así, los votos que han contado tampoco les importa una higa. Acabo a ver a todo un expresidente Mas, en TV3, el BOE oficioso de un gobierno que no representa a los ciudadanos, declarar sin el menor rubor “lo que no se ha conseguido por las urnas lo hemos tenido que pactar”. Tal como lo oís: así lo ha dicho. Y el prócer se queda tan tranquilo, y las cámaras de todas las TV sacan a Mas en un pequeño baño de aplausos de cortesanos palaciegos al salir del edificio de la Generalidad después de semejante hazaña digna del mito de Casanovas caundo luchó por la independencia de Cataluña; ese gran liberador de la opresión Borbónica que después no fue más que un simple burócrata al servicio de Felipe V. Y lo que han pactado quienes nos gobiernan con los aspirantes a hacerlo ha sido un simple, según mi punto de vista, transfuguismo de dos de un partido al otro partido, para sin tener en cuenta las urnas investir un nuevo presidente nombrado a dedo. Qué horroroso sería para estas castas oligárquicas un sistema democrático de verdad donde fuese el pueblo quien eligiese a sus representantes. Pero en este sistema de pandereta todo vale y los tránsfugas, pactados por las oligarquías o no, ya antes de empezar son desleales a las promesas que hicieron a quienes les votaron. Eso sí, no son desleales a sus sus votantes porque esos votantes no han tenido oportunidad alguna de elegirlos, y por lo tanto no representan a nadie. Pero para poner la guinda al pastel, quien impone el nuevo presidente de la Generalidad no son los votos, porque da igual quién se presentase o no, sino el dedo del saliente: “Yo lo he elegido” he escuchado a Mas afirmar con orgullo y cierto espíritu victimista, ya que renunciaba, al fin y al cabo, a su presidencia. Eso he visto en TV3 y la Sexta. De ello soy testigo. Soy testigo una vez más de la indignidad, de los lógicos resultados de la más abyecta partidocracia: de los partidos de Estado apéndices del Estado. De que la casta hace lo que le da la gana cuando le da la gana. Todo consenso entre castas es una traición al pueblo. Partidos de Estado es lo que tenemos: el sueño de Hitler, Mussolini y Stalin hecho realidad. El sueño de someter a la masa a formar parte del Estado. Las antípodas de la libertad política. Así los nombró el tribunal de Bonn, según D.Antonio García Trevijano.


Vicente Jiménez

1 comentario:

  1. Y aun así todavía hay quien dice que esto es democracia.
    Como dicen en mi pueblo: "pa mearse y no echar gota".

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