domingo, 24 de julio de 2016

El oscuro gen de la autodestrucción


Fuente Wikipedia
Si una inteligencia extraterrestre quisiese saber cómo somos los humanos no podría basarse tan solo en un acercamiento científico, sino que necesitaría completar el estudio con el apoyo de nuestra mitología, nuestro arte, nuestra música o nuestra literatura; nuestra religión o nuestra filosofía. El mito abordaría las realidades mediante la interpretación de símbolos y la ciencia le acercaría mediante el análisis de los hechos científicos. Nos estudiaría bajo ambos prismas y se asombraría de que el gen de la autodestrucción formase también parte del género humano tanto como el de la supervivencia y la vida.

Los conocidos contrapuestos: el viejo ying y yang, maldad y bondad… Dentro de nosotros pervive un fuerte instinto de supervivencia, pero el deseo de autodestrucción también se halla ahí agazapado esperando su oportunidad. Este hecho quedó claramente recogido en el mito del caballo de Troya expuesto por Homero en el poema épico de La Iliada.

En la Iliada, el astuto Ulises contó, gracias a la ayuda de los dioses, con ese oscuro secreto del alma humana: el mito homérico de Troya recoge cómo tras diez años de intentar destruir la ciudad, sin conseguirlo, los griegos levantaron el campamento y dejaron ante la puerta de la ciudad un gigantesco caballo de madera. A los pies del caballo lucía un cartel: “Este regalo de los griegos es una ofrenda dedicada a Atenea para que nos permita volver sanos y salvos a casa”. Mediante la astucia ideada por Ulises fueron los mismos troyanos quienes precipitaron la caída de su ciudad metiendo en ella una nave repleta de enemigos. La lectura del mito es fácil - no podemos meter al enemigo en casa o la destrucción está asegurada -.

Un análisis científico del caballo lo hubiese diseccionado y habrían dado con el virus de exterminio que llevaba en su panza. De nada sirvió que Casandra, una de las hijas del rey troyano, Príamo, advertiese desesperada que aquello era una trampa, que aquel engendro había que quemarlo y jamás debía traspasar los muros de la ciudad porque nadie le hizo caso; así que el enemigo acabó dentro degollando a sus habitantes y quemándo la ciudad.

Nadie hizo caso al sentido común, nadie escuchó la voz de la vida, la supervivencia y la inteligencia - ganó la locura colectiva - ganó la torpeza del seguimiento ciego de unos líderes que los llevaron a la muerte. El resultado: la aniquilación total de una civilización.

Vicente Jiménez

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