¿Ha de nacer un nuevo ciudadano y una nueva forma de percibir el bien común? Yo creo que sí. Los recientes casos de corrupción en pleno tornado económico y la forma en la que los políticos han gastado dinero público para mantener un nivel de vida millonario ha minado la confianza de los ciudadanos en la política y sus políticos. Ello implica que para cambiar la situación los ciudadanos nos tenemos que espabilar porque ellos no van a variar ni un milímetro, así que tendremos que hacerlo nosotros.
Es
entonces cuando vuelvo la vista con sana envidia a la destitución
del presidente de los Estados Unidos Richard Nixon en 1974. Un
escándalo por unas simples escuchas ilegales efectuadas al partido
de la oposición en las habitaciones de un hotel hizo dimitir al
presidente de la nación más poderosa de la tierra. Fue el llamado
caso Watergate. La Corte Suprema de los Estados Unidos escuchó las
cintas, las valoró y votó si el Presidente se vería obligado a
entregarlas o no. Una vez decidido que sí habría de entregarlas se
formó una comisión directamente en el “House Judiciary Committee”
, órgano judicial que vela para que la justicia federal desempeñe correctamente sus funciones
y precipitó la suerte del presidente, que se vio obligado a dimitir.
Un testigo, el periodista Michael Sandel explica como la sala enmudeció en un silencio sepulcral cuando se pasó lista a los miembros del comité para que votaran. A la llamada, sus voces temblaban al emitir su voto en voz alta. Según sus palabras, se palpaba un
sentido de “responsabilidad histórica constitucional” por parte
de todos los presentes (incluidos desde periodistas hasta ujieres) y una tensión en el ambiente que podía
cortarse. Ante toda la nación y el mundo entero se estaba poniendo a
prueba y en directo la solidez de la democracia de los Estados Unidos sometiendo al presidente
al “impeachment” o prejuicio por prevaricación. De seguir su curso
el asunto pasaría al Senado, pero antes de llegar a esa fase Nixon dimitió. En este punto no quiero realizar comparaciones porque todas las comparaciones son odiosas, pero habéis de permitirme la pequeña maldad de haberlo mencionarlo :)
Este hecho histórico
me plantea una deliciosa cuestión. Para llegar a ese grado de
desarrollo se necesita una democracia sólida que haya tenido tiempo
suficiente de consolidarse desde una base también sólida. Uno de los pilares donde
se sustenta es en el criterio de nación como unidad y concepto incuestionable (vamos a dejar aquí también las comparaciones). Otro
pilar serían los mecanismos de control del primer al último político; ya que unos simples
ciudadanos, en este caso unos periodistas, son los que tiraron de la
manta. El mecanismo de defensa de la democracia no dependió de la
buena voluntad de este o aquel funcionario sino de que el sistema reaccionara como un perfecto mecanismo de relojería suizo engrasado
por la ley. El tercero es la división de poderes (ver post EL DÍA QUE PERDIMOS LA DEMOCRACIA Y PRIMEROS PASOS PARA RECUPERARLA)
Este
hecho tuvo lugar hace 38 años, así que los que ya habéis llegado a
los 48 sólo teníais 10 años, y he pensado que para muchos puede que
sea una historia desconocida e interesante que puede muy bien servir
para desarrollar el tema.
Democracia real y consolidada en el tiempo, separación de poderes, España como unidad indivisible ... ya veis que costará tocar muchas teclas para poner un poco de orden y salir de ésta, y ya hemos mencionado que el papel de los
ciudadanos debe ser vital para adaptarse y obligar a nuestros representantes que cambien el chip porque ellos no lo van a hace por iniciativa propia.
Estando en la peor crisis en la que se ha visto jamás España no sería sensato dejar la responsabilidad completamente en quienes dicen
representarnos y además lo han hecho tan mal. Hay demasiado en juego y para recordarlo sólo tenéis que mirar las caras de vuestros hijos o vuestros nietos. Hay que estar ahí pisando el terreno y más
presentes que nunca porque como postula magistralmente Antonio García-Trevijano
“donde se encuentra el representado no hay representante” y hay
cosas en donde es mejor que estemos nosotros.
La
discusión que en mi opinión debemos encuadrar los ciudadanos en
términos políticos son dos: el límite de hasta dónde los mercados
pueden marcar nuestras vidas; y cuando menciono mercados me refiero a
mi post anterior (ver ¿Quien Manda Aquí?, y el segundo entraría de
lleno en los límites morales de ese mercado y del trabajo visto desde la
perspectiva del bien común.
Según Sandel "hemos
partido de una hipótesis que ha demostrado ser falsa y era que los
mercados eran el medio de lograr el bien común". Ya hemos tropezado
dos veces con la misma piedra: la Gran Depresión anterior a la
Segunda Guerra Mundial y la Gran Crisis Financiera actual. Yo creo
que cualquier persona sensata de la calle sin ser economista considera que el triunfalismo de la
era de la fe en los mercados ha finalizado.
Esto
significa que necesariamente necesitamos probar con otro tipo de
filosofía que además no provengan de las caducas utopías de origen marxista
que también fracasaron definitivamente incluso antes que los mercados, cuando se
derrumbó el Muro de Berlín. Muchos
creyeron que Obama articularía una solución mesiánica que desde
luego no ha llegado todavía porque algo tan importante, en mi opinión, lo tenemos que articular entre todos aplicando sentido común y sin la vieja y fácil receta de seguir ciegamente a ningún líder.
El
tema ha sido estudiado y postula que el obstáculo al desarrollo de esa nueva
filosofía donde nos debemos olvidar de derechas, izquierdas y todos
los clichés decimonónicos o del siglo pasado (ver post VIEJOS CLICHÉS) proviene de nuestra persistencia en asumir que el gobierno
debe mimetizarse con los mercados. Veamos un ejemplo y en honor a los
"progres" tomaremos un modelo de política medioambiental.
Consideremos que el agua y aire fuesen gratis. Entonces la teoría
es que los consumidores y las fábricas contaminarían esos bienes en
exceso y nos quedaríamos sin nada. Para corregirlo el gobierno le coloca un impuesto
cuantificando hasta qué cotas de polución podemos admitir y a qué precio deben
llegar esos parámetros de contaminación. A partir de ahí cualifica una escala para
pagar según lo que contamines. En nuestro caso colocaría las tasas en el agua corriente de casa y la gasolina, por ejemplo. Hasta aquí todo parece lógico,
pero resulta que en el fondo estamos midiendo el bienestar humano en
euros, con lo que al final vamos a parar a manos de tecnócratas en
términos de coste y beneficio. No se me ocurre nada más
deshumanizado que ponerle un precio al aire o al agua. Pero aún
subyace otra cuestión de fondo. Tampoco se me ocurre algo más antidemocrático que dejar en manos de la ciencia, fuera de toda
consideración moral, decisiones tomadas por tecnócratas y no consensuadas por los
ciudadanos. Nos hemos paseado desde el ideal democrático de tumbar a todo un presidente de la nación más poderosa de la tierra con el peso de los votos a depender no de los votos sino de las decisiones mercantiles de unos tecnócratas. Ya sé que la perfección no existe y que un mundo utópico además sería muy aburrido, pero entre el blanco y el negro deben existir muchos grises, digo yo. Y aquí me planto
Así que ya veis que he venido a poneros problemas, no a daros soluciones. Eso lo dejo
para los mesías, que por cierto y desgraciadamente pululan bastante últimamente entre
nosotros.
Vicente
Jiménez
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