“Las aventuras
en países exóticos y los encuentros con sociedades extrañas
pusieron en tela de juicio la
satisfacción propia, retaron a los pensadores a reconsiderar la
sabiduría convencional y demostraron que ideas aceptadas durante
milenios en geografía, por ejemplo, eran fundamentalmente erróneas
” Carl Sagan
Encontrar tierra un
doce de octubre de 1492 en el último momento fue para Colón una cuestión de
suerte buscada y supervivencia. Es bien sabida la historia de que su vida pendía de un hilo con una tripulación que después de muchos días de navegación sin avistar tierra había dejado de confiar en él y temían por supervivencia. Al parecer, queriendo viajar a un lugar para burlar el
monopolio que tenía el mundo islámico en el comercio de especias y sedas con Oriente apareció en
otro totalmente distinto. Es cierto que no pudo traerse las especias y productos que imaginaba resultado de
comerciar con China, pero el impacto en nuestro mundo fue mucho mayor y jamás había sido imaginado ni previsto. Fue
como si ahora, de pronto, en un viaje tripulado a la Luna fuésemos
abducidos en un agujero de gusano, como indica Stephen Hawkin, y los
astronautas aparecieran en un viaje de ida y vuelta no en la Luna,
como esperaban, sino en otro tiempo y otro lugar habitado por seres
inteligentes capaces de interactuar y comerciar con nosotros. El
primer tipo de comercio que obviamente tendría lugar sería el trueque si, como
espero, el encuentro fuese pacífico. Nos llegarían metales,
materiales, productos y puede que nuevos alimentos que jamás
hubiéramos imaginado; y hasta posiblemente los nacionalistas, tan
conmocionados como cualquier otro habitante del planeta, se
plantearían sus tesis. Claro que si algo así no fuese capaz de
cambiarlas, nada tendría la fuerza suficiente para hacerlo.
Nuestra filosofía,
nuestras matemáticas y nuestra ciencia serían cuestionadas inevitablemente.
Puede que nos llegase una herramienta nueva para la sabiduría que
nos acercaría de forma más fiable que la misma ciencia al
conocimiento. Ese viaje imaginario a otro universo y otra realidad sería un hecho de trascendencia paralela para la
humanidad al que ocurrió un 12 de octubre de 1492.
Un científico
prefiere la dura verdad a sus ilusiones más
queridas pero aún así no es
inmune a las supersticiones de su época. Quiera o no mantiene
contactos con el misticismo,
pero intenta abstraerse de todo ello
porque tiene a la ciencia como herramienta para acercarse a la
realidad. En eso parece que Cristóbal Colón mantuvo, en mi opinión,
un espíritu parecido. Superó las supersticiones de la época de
un mundo plano con un abismo y demonios esperando al otro lado y pudo
convencer a un puñado de valientes a embarcarse con él y a una
reina para que lo financiase.
La visión de la
reina Isabel y sus consejeros que, tras muchas discusiones
religiosas, filosóficas y dudas, al final apoyaron el proyecto catapultó una
nueva época de viajes y exploraciones al que se lanzarían luego
otro puñado de naciones, las más avanzadas. Antes, esta reina había contribuido con su esposo, el rey de Aragón, a la creación de algo totalmente nuevo: la concepción de un estado moderno. Fue un periodo de la historia universal que cambió el
mundo y España estuvo en primera línea de todos estos acontecimientos.
A toro pasado es
fácil decirlo, pero hay que pensar los pocos datos científicos que debieron apoyar la hipótesis de llegar a las Indias circunnavegando la
Tierra. Casi rayarían posiblemente la especulación y esas referencias han
permanecido un misterio hasta nuestros días, pero debieron sostener cierta
argumentación sólida que, para los conocimientos de la época, incluso así
convierte en una gran gesta el descubrimiento del Nuevo Mundo.
Seamos de donde
seamos, de China, de la India o de Argentina debemos sentirnos parte
de esa historia porque fue un paso equiparable al que un 20 de julio
de1969 dio Neil Amstrong cuando puso
un pie en la luna para
toda la Humanidad. Las grandes gestas que cambiaron y cambiarán el mundo no pertenecen a un solo país sino a todos nosotros.
La gesta de Colón la creo mas grande que la llegada a la luna. En esa época no se sabía que iban a encontrar en 1960, la tecnología y la ciencia estaban mas avanzadas. En 1492 viajaban, casi, a ciegas
ResponderEliminarNo creas que no lo había pensado. Tienes toda la razón, pero al final me decidí equipararlas ya que la tecnología del Apolo 11 (el ordenador que usaron era más básico que un Spectrum) era también muy rudimentaria. Sabían dónde iban; pero no estaban seguros de si los materiales resistirían el viaje, si controlarían bien la velocidad y el ángulo de entrada en la atmósfera terrestre (se podían desintegrar o rebotar hacia al espacio como una piedra haciendo la rana en un estanque). Es decir, el equipo podía fallar por muchos lados. En cambio Colón no sabía si se caería al llegar al horizonte por un precipicio, y qué monstruos podrían devorarlos en los confines de su universo desconocido. Por otro lado, la tecnología que utilizaba parecía bastante más fiable y avanzada. No sentían correr peligro por la navegación, sino más bien por el viaje. Era inevitable que si no él hubiera sido otro quien descubriera el Nuevo Mundo porque ya existía tecnología de sobras para llevar a cabo la gesta- Esto me llevo a pensar que una cosa compensaba la otra. De todas formas, veo muy acertado tu comentario
ResponderEliminarCuando uno trata de analizar gestas como la de Colón, que tan bien contextualizas en tu artículo, se da uno cuenta de que muchos de los más importantes logros científicos de la historia lo fueron por casualidad, o de que las más trascendentes evoluciones sociales fueron llevadas a efectos por locos que, de no haber tenido éxito en su empeño, hubieran sido candidatos a arder en la hoguera.
ResponderEliminar¿Será que el cosmos tiene vida propia, y que en él existe un determinismo que nos condena a priori a llegar una meta, sin que ni siquiera sepamos que estamos participando en una carrera? ¿O será que la influencia del ser humano en el devenir de nuestra ínsula Barataria es menos trascendente del que presumimos?
Al final todo se reduce a las típicas preguntas de ¿de dónde venimos? y ¿a dónde vamos?, ¿verdad?. Tocqueville creía que la democracia era un estadio de una especie de evolución mucho antes de que Darwin publicase su Origen de las Especies.
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